Testimonio de la diosa.
A veces tengo ganas de gritar. A veces explotaría. Sería un tornado arrasador, devastando todo a mi paso. Sería destrucción sin igual, veloz e impía.
Una furia me nace del fondo, vestida de tristeza tal vez, con garras de diosa madre consumida por la decepción proporcionada por sus muchos hijos inútiles y nefastos. Una reina de ojos inyectados.
Tras la destrucción quizás exista la vida. Una vida nueva quizás. Llena de nuevas perspectivas.
Es por eso que soy ave fénix. Me incendio sin remedio, condenada a perecer ante mi desesperanza. Una espiral de vuelos ya grotescos me llevan a caer. Empiezan como un baile erótico. Convulsiones del abandono del amor y la necesidad opresiva de él. La caída es entonces un amasijo de carne, así me veo. La piel se escama, se arruga, torna su luz en sombra, en ceniza.
Cuando todo parece haber muerto, un pequeño movimiento me despierta de nuevo. Me cuesta alzarme de nuevo, desconfiada de las nuevas promesas de la vida, pero siempre me levanto, fiel a los ciclos que mandan sobre todos nosotros. Porque yo creía estar destruyéndolo todo, y claramente sólo me destruía a mí.
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